En el gallo de hierro. Viajes en tren por China by Paul Theroux

En el gallo de hierro. Viajes en tren por China by Paul Theroux

Author:Paul Theroux
Language: es
Format: mobi
Tags: Crónicas Viajes
Published: 2011-09-19T22:00:00+00:00


Los chinos acuden en tropel a Kunming para contemplar a los pintorescos nativos: veintitrés minorías distintas, vestidas con camisas cosidas con puntos maravillosos, chaquetas acolchadas, botas y tocados. Las minorías acuden desde las zonas remotas de Yunnan para vender sus bonitos bordados y sus cestas. Son seres atractivos, algo salvajes y absolutamente étnicos. La severa política gris de Mao no fue más que un suspiro en su tribalismo multicolor. Para los chinos las minorías de Yunnan están a medio camino entre los montañeses y los animales del zoo.

¿Qué piensan estos pueblos minoritarios? ¿Son rebeldes u oprimidos? ¿Anhelan la autonomía? Hay muy pocos: en Yunnan sólo encuentras cinco mil drung, doce mil jinuos y el doble de pumis. Los uighur y los yi eran harina de otro costal: había millones. En la misma época en que estuve en Yunnan hubo alzamientos y disturbios entre las minorías soviéticas, tanto en Kazajstán como en Kirguizia. Imaginé lo que ocurriría en China: tal vez una rebelión musulmana como la que asoló Xinjiang durante el siglo XIX. E imaginé las mismas consecuencias: sería implacablemente reprimida.

Los visitantes también acuden a Kunming para ver el bosque petrificado («A éste lo llamamos árbol del pollo, ¿sabe por qué?»), el lago contaminado y los templos situados más arriba, visitados tan incesantemente que las pisadas sucesivas casi los han desgastado, aunque también recorren los templos que no están enterrados bajo los palitos de los helados, los envoltorios de las golosinas y restos de pasteles.

Di muchos paseos. Incluso logré perder durante unos días al señor Fang. Fui a una exposición que conmemoraba el décimo aniversario de la muerte de Chou Enlai. Por China empezaba a extenderse una especie de culto a Chou Enlai. Aunque también era el décimo aniversario de la muerte de Mao, no habían organizado una exposición en su honor. De las treinta y tantas fotos con que contaba la exposición consagrada a Chou, Mao Zedong sólo aparecía en una tomada en 1949, el año de la liberación: Mao muy pequeño y Chou muy grande.

En un anticuario cercano a la sala de exposiciones vi un hermoso pebetero de bronce: un carabao. Estaba mezclado con las joyas falsas, los relojes de bolsillo averiados, los viejos tenedores con las púas torcidas y las bolsas para tabaco típicas de Yunnan. Pregunté cuál era el precio.

Me respondieron que costaba diecisiete mil dólares.

Todavía reía cuando deambulé por las callejas del mercado de Kunming. Allí encontré la solución para comer buñuelos chinos sin correr el riesgo de contraer una hepatitis, el cólera o la peste bubónica (había habido brotes de esta plaga medieval que acorta la vida tanto en el norte de Yunnan como en Qinghai). Existen pocos platos más sabrosos que los buñuelos chinos recién fritos o cocidos al vapor y los más ricos son los que venden en los mercados al aire libre. Pero te los servían en platos lavados con agua sucia y se limitaban a pasarles un trapo a los palillos antes de volver a utilizarlos.

Mi solución higiénica consistió en solicitar que me los sirvieran en un trozo de papel.



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